Hace aproximadamente doscientos años en el pasado. Nuestro mundo era
ligeramente diferente a como lo conocemos ahora, no tanto en el punto de vista
tecnológico, ni ideológico, sino preponderantemente en el político y social.
Hacia ese momento las entonces potencias europeas se disputaban entre si las
tierras de un continente que recién descubierto, estaba localizado en un rincón
de un planeta que de la noche a la mañana había dejado ser un simple dibujo en
un papiro para convertirse en toda una esfera tridimensional.
El estudio de esta época de nuestra historia
suele acarrear grandes confusiones a no pocas personas, pues la palabra que se
usa para describirlo en la actualidad, el mundo “moderno”, suele confundirse
vulgarmente con los siglos en los que vivimos, cosa que en realidad discrepa en
el hecho de que la contemporaneidad es sinónimo de esta y la modernidad es el
verdadero y absoluto adjetivo de aquel mundo de transición entre la obscuridad
medieval y la época de las recién acabadas revoluciones humanas, de las cuales
nosotros somos un producto beligerante.
Hoy en día la palabra
designada para describir la interconexión entre las diversas sociedades, la
archiconocida “globalización” es usada también como vocablo descriptivo de la
evolución tecnológica de las últimas décadas, sin embargo son pocos los que una
vez más caen en la cuenta de que este proceso en realidad no es inherente a la
tecnología y cuyos orígenes trascienden a nuestra época, hasta llegar al
momento en el que el ser humano, consiente de sí mismo amplio sus límites tanto
mentales como fiscos, derribando así a las barreras que lo habían mantenido aislado
desde la prehistoria hasta reencontrarse nada más que con su misma sociedad.
El encuentro entre dos mundos
iniciado por el almirante, Cristóbal Colon, en el año de 1492, es el verdadero
inicio de la globalización, pues el intercambio cultural entre dos grupos
étnicos bien diferenciados trajo como consecuencia el desencadenamiento de una
sociedad homogénea y mestizada en todos los sentidos, proceso que aún hoy sigue
muy vigente.
Pues bien es importante
resaltar que dicho cambio no alcanzaría su apogeo sino hasta tres siglos más
tarde, cuando una de las antiguas potencias europeas y madre indirecta de
muchas de las modernas colonias africanas se convirtiese en toda una verdadera
olla hirviente: Francia.
Hasta ese entonces la monarquía
francesa había sido escenario de luchas encarnizadas por la igualdad social y
el establecimiento de poderes ajenos al establecido por el legítimo monarca, de
igualdades que permitieran al pueblo tanto decidir cómo poseer voz y voto en
las reformas del estado. Diez años en total a partir de 1789, fueron necesarios
para que el primer país europeo pudiese adoptar esta nueva modalidad y
convertirla en una realidad aplicable para todos. Fue sin embargo un solo
hombre, quien logró detener por si solo a toda aquella barbarie resultante de
aquel pensar y que a pesar de llevar en actividad mucho más tiempo que las dos
guerras mundiales juntas, pudo poner su pie en la escena política internacional
para decidir por propia voluntad al curso de tales acontecimientos.
Fue gracias a la irrupción de
Napoleón Bonaparte en la escena histórica que la configuración política que
modelaría a nuestras naciones comenzó su expansión por el mundo entero. Quizá
dicha aseveración pueda parecer exagerada para algunos, pero para quienes optar
por mirar a estos acontecimientos bajo una óptica cultural no podemos ver más
que solo el afloramiento de un proceso más profundo, de una entidad o de algún
tipo de comunicación entre sociedades que aunque diversas entre si encontraron
en su figura el embajador perfecto, tanto para nacer de los yugos como para que
sus voces fueran nuevamente escuchadas.
Napoleón Bonaparte quizá sin saberlo es el
nexo que une a tres de las más grandes civilizaciones humanas, un hito que
logro hacer casi de manera inconsciente. Su atrevida misión de unir a Europa
baso un imperio provoco grietas políticas que devengaron en fracturas enormes,
cuyo daño podría asemejarse a los de un cataclismo tectónico pero en el ámbito humano.
La más grande de ellas fue la Guerra Civil Española, movimiento que
provoco la caída de la monarquía borbónica y por tanto al establecimiento de
recién nacido régimen liberal en la América virreinal, hecho que derivo en el
origen de la establecida civilización latinoamericana.
Los historiadores siguen
sorprendiéndose de la capacidad de aquel emperador para crear por si solo una
fractura impresionante la cual en tan solo un lapso de tiempo record de solo
veinte años, hizo nacer a más de veinte países políticamente independientes,
entre los que se cuentan México, Argentina, Venezuela, Perú y Ecuador.
Por otra parte el lado Europeo
también sufrió los embates de sus ambiciones inestabilizando al bloque de
países occidentales y creando guerras que mediante el establecimiento de siete
coaliciones derramaron la pólvora de una belicosidad que no se volvería a vivir
hasta un siglo después con el advenimiento de la primera guerra mundial.
Por último, al poner su pie en
Egipto en 1789, y volver a su país trajo consigo una enorme cantidad de
información la cual florecería, despertando el ambicioso interés de la época
por la antigua y perdida sociedad egipcia y faraónica, cultura que hasta ese
momento se había olvidado para siempre.
A Grosso modo podemos decir
que la intervención en la historia de Napoleón Bonaparte es el ejemplo vivo de
que la llamada “Teoría de las Civilizaciones”, bien puede ser cierta: La
existencia de grupos humanos segmentados entre sí, los cuales a pesar de su
disparidad de pensamiento, son capaces de compartir fuertes vínculos culturales
entre sí, con el propósito del desarrollo, claro y neguentropico entre sí.

Si bien dicha propuesta
actualmente goza de un prestigioso reconocimiento internacional, todavía no se
ha consolidado con la aceptación generalizada suficiente como para llamar la
atención de organizaciones de peso mundial, pues como argumentan muchos
detractores Huntington se ha basado en un criterio netamente religioso para
definir a los grupos humanos existentes, sin incluir otros criterios culturales
ni idiomáticos importantes.
Sin embargo su compresión podría
facilitar el estudio antropológico de las sociedades, tanto para la predicción
de su comportamiento, como para su futuro perecer.
Esencialmente, las
civilizaciones terrestres habían surgido como consecuencia de la expansión
humana imperial de la antigüedad y los trastornos políticos subsiguientes.
El mundo Latinoamericano, queda
definido así por esta como la “Civilización Hispanoamericana”, llegándola a
definir como una extensión de la archiconocida civilización occidental,
compuesta por Europa y el bloque de países estadounidense. Némesis a su vez de
aquel sector conocido como "Civilización Ortodoxa". Entre otros
grupos podemos mencionar a los hindú, Sínicos, Japoneses, Africanos y Budistas.
Visto desde esta perspectiva y
si las claras predicciones no fallan, el futuro de nuestro mundo bien podría
verse de la misma manera como tal cual empezó hace mucho tiempo: De los ciento
noventa y cuatro países que existen hoy en día, solo quedara un recuerdo de lo
que para ese entonces será una sociedad única y universal, con limites tan
indistinguibles que la velocidad de interconexión entre los seres humanos
podría ser capaz de rebasar la rapidez misma de su propio proceso de
pensamiento.
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