De entre todos los más profundos deseos que
el hombre haya podido tener durante su larga existencia en el mundo, resulta
imposible destacar uno más intenso y potente que la necesidad de saber qué sucederá
en el mundo en un tiempo futuro.
Estamos acostumbrados a vivir como
espectadores pasivos de un universo que nos subyuga con el feroz avance del
tiempo, sintiéndonos impotentes por la sencilla razón de desconocer al propio destino
que nos aguarda más adelante. Si bien la preocupación por este tipo de temas es
innegablemente universal, la gran mayoría de las personas solo opta por
someterse a las creencias religiosas atribuyendo los futuros acontecimientos
fortuitos a las directrices divinas y abandonando así a todo un mundo de
infinitas posibilidades intelectuales.
Solamente las mentes más brillantes de
nuestra historia han sido quienes han tenido verdaderamente la voluntad de traspasar
ese umbral que separa a nuestro conocimiento de los hechos futuros, llegando a
desarrollar todo tipo de estrategias y artefactos que nos permitan vislumbrar a
todos aquellos hechos que están por suceder, con el propósito de que podamos
mejorar nuestra vida, solamente si somos capaces de predecir a toda la clase de
peligros que nos asechan, y protegernos así
de ellos, sabiéndolo previamente y con mucha anticipación.
A través de este presente artículo quiero
contarles todo acerca del primer intento de predecir el futuro que pudo inventarse
el ser humano. Pues hace más de dos mil años en la Antigua Grecia, una mente
brillante perseguida por el mismo afán que nosotros tuvo las suficientes y brillantes
ideas como para crear un verdadero aparato tecnológico completamente avanzado. Quizá
en el momento, tal sabio jamás logro sospechar que con lo que estaba creando se
estaba adelantando milenios a su época, pues estaba dándole forma a los
mismísimos cimientos de la informática moderna. Esa obscura figura de la
historia había engendrado casi sin saberlo a la primera computadora del mundo.
Si hay algo de lo cual, precisamente los
nuevos descubrimientos arqueológicos nos han convencido en las ultimas décadas,
es que tenemos hoy en día una visión muy limitada acerca de la inteligencia que
tuvieron nuestros padres de la antigüedad. De alguna manera muy instintiva
solemos auto engañarnos y así creer que los imperios de hace miles de años
poseían un nivel de desarrollo tecnológico e intelectual muy por debajo de lo
que nuestra ciencia se encuentra, visión que ahora sabemos es completamente
errónea.
Esta
historia no la hubiéramos llegado a conocer de no ser gracias a una feroz
tormenta marina ocurrida en las costas de Grecia en el año de 1900. Evento con el cual logro salir a la luz un
misterioso objeto que había estado oculto en el lecho marino durante más de dos
milenios y que en ese momento le había llegado el momento de resucitar para
brillar una vez más y como lo hizo en el esplendor de su día.
En ese entonces, un grupo de pescadores de
esponjas buscaban ganarse el sustento del diario vivir. Aquel grupo de hombres
que comenzaban un día como cualquier otro, jamás se imaginaron que lo estaban a
punto de descubrir en esa brumosa mañana sería algo de importancia mundial. Muy
por debajo de las tranquilas aguas egeas que bordeaban a la isla de Anticitera,
se encontraba un barco hundido cuyo botín rebozaba de todo tipo de cosas. Ánforas,
Esculturas, Monedas de bronce, entre otros, sin embargo el artefacto más
inusual que encontraron en el lugar, fue una piedra amorfa que parecía tener
tallada sobre si una enorme rueda dentada en su parte frontal.
En ese momento el equipo de buzos no logro
identificar de qué se trataba todo aquello, y no pudieron evitar mostrarse
desconcertados, por lo que solo decidieron donar todo su descubrimiento al
Museo Nacional de Atenas, desde ese momento hasta ahora el resto solo fue
historia.
Fue
finalmente durante la década de 1950 que el reconocido Derek de Solla Price, puso
el artefacto sobre una máquina de rayos x para desvelar sus secretos: Aquella
rueda dentada era parte de un intrincado sistema de engranajes que actuaba como
una especie reloj astronómico que predecía los movimientos estelares del sol y
la luna, así como también la de los cinco planetas conocidos hasta ese
entonces: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno.
El mecanismo consistía en una caja de madera
del tamaño de una de zapatos, cuya forma rectangular solo podía vislumbrar dos
caras: En la parte frontal un enorme círculo representaba a la bóveda celeste
vista desde el planeta tierra. La luna y el sol giraban en torno a ella en base
a un par de agujas, a la vez que se movían por un calendario representado por
los meses del año mientras que la luna manifestaba al tiempo los cambios de las
fases por la que esta pasaba en el transcurso de un mes.
La parte de atrás era todavía aún más
interesante, dos espirales se abrían una sobre la otra segmentada en múltiples
casillas en donde cada una de las cuales equivalían a un mes entero. Estas
representaciones habían sido puestas allí con la intención de imitar a los ciclos
o calendarios “Metonicos” y de “Saros”. El primero no era más que un
calendario lunisolar para las estaciones de 235 meses, y el segundo no era más
que una guía para predecir el futuro, anticipándose a la ocurrencia de los
eclipses de luna usando solo un lapso de 223 meses lunares de extensión. Lo más
asombroso de todo era por cierto que no solo se podía prever la fecha exacta y
la hora del eclipse, sino también, que aspecto tendría la luna cuando pasara
por el cono de sombra de la tierra.
Se trataba de un artefacto verdaderamente
tanto único como espectacular.
Lo que más me había llamado la atención de
este ingenioso artilugio, fue ver como todos los engranajes de la computadora
habían sido construidos a mano por algún tipo de orfebre, algo que parecía
increíble de entender, pues en los modernos dispositivos todos los engranajes
que se usan han sido elaborados artificialmente. Sin embargo con un poco más de
investigación y gracias a un par de documentales de History Channel finalmente
pude llegar a ver como esto fue posible.
Para poder crear engranajes manuales el
proceso es increíblemente sencillo, por una parte se comienza encontrando una lámina
de acero que sea delgada o bien que posea un espesor que permita su corte y
doblado, también se necesitaran ciertos materiales de herrería básica como un
compás de hierro, una lima, un martillo, un cincel y por supuesto no se puede
olvidar a nuestra espectacular lima triangular, todos ellos materiales que
estaban disponibles al nivel tecnológico en la Antigua Grecia.
Antes de empezar a fabricar el engranaje,
primeramente se tiene que saber el número de dientes que tendrá nuestro diseño
acabado, luego, usando un compás de metal, se dibuja este diseño sobre la lámina
de metal para después cortar una pequeño círculo metálico con el martillo y el
cincel, luego se deben lijar sus bordes hasta dejarlos de forma plana y de allí
se procede a hacer el corte con la lima triangular durante toda la
circunferencia, en donde la superposición de cada corte proyecta la forma de
los dientes, que en este caso es triangular.
El procedimiento para el trazado de un
engranaje es complejo pero está basado en solo geometría básica, de manera que
el número de dientes que un engranaje debe tener decide la magnitud de su
diámetro, es decir, un engranaje de veinte dientes será más pequeño que uno que
tenga ciento cincuenta dientes o de doscientos dientes. La alternación de un
conjunto de engranajes de diferente tamaño programado a la circulación
astronómica de la luna y el sol es capaz de formar un tren de engranaje que
funciona de forma similar al movimiento real del cielo.
Todas estas características hacen del
mecanismo de anticitera un artefacto único. Los diferentes equipos
internacionales que han investigado a la piedra se quedan impresionados con los
misterios que revela cada día, mientras no pueden dejar de convencerse de que
la primera computadora del mundo seguirá siendo por miles de años más la
maquina más maravillosa que nos ha podido regalar la antigüedad.

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